Los ascensoristas: retrato de una profesión casi olvidada
En el blog de Ascensores Abando hemos publicado ya varios artículos sobre la historia del ascensor y, específicamente, sobre ascensores famosos de la historia, o sobre elevadores especialmente interesantes. En esa serie, no podía faltar un artículo dedicado a las personas que durante muchos años manejaron los ascensores: los ascensoristas.
El trabajo de ascensorista es uno de los muchos empleos que prácticamente han desaparecido en las sociedades modernas, debido al empuje de la innovación y la tecnología. El progreso ha generado muchos nuevos puestos de trabajo, no cabe duda, pero también ha hecho que otros pierdan su sentido y queden como recuerdos pintorescos. Eso sucede con el trabajo de ascensorista. Para muchas personas, en especial los jóvenes, sonará muy extraño, pero es real: hasta finales de la década de los 40, manejar un ascensor era una profesión.
¿Cómo era el trabajo de ascensorista?
Tenía mucho sentido que existieran ascensoristas. Los primeros ascensores eran mecanismos manuales, en los que el manejo de la cabina, e incluso su frenado, debían ser controlados por un operario. De hecho, algo tan simple -desde nuestra perspectiva- como que las puertas de los ascensores funcionen solas no sucedió hasta los años cincuenta.
Por ello, los ascensoristas no solo eran necesarios, sino que además estaban muy atareados. La mayor parte de los ascensoristas eran mujeres, y debían ser profesionales muy diestras y atentas: solo así se podía lograr que el ascensor se detuviese siempre en los lugares deseados, sin desniveles con las diferentes plantas, y que los pasajeros pudieran subir, viajar y bajar en condiciones de seguridad. Puede sonar sencillo, explicándolo de esta forma, pero lo cierto es que era un auténtico trabajo de precisión.
Los ascensoristas, que eran especialmente importantes en edificios comerciales (hoteles, edificios de oficinas, etc.) e institucionales, eran figuras con cierto prestigio. Siempre estuvieron muy asociados a la cercanía y la amabilidad, y eran, en cierta forma, una medida de la calidad de la atención al cliente en los negocios e instituciones en los que trabajaban.
Además de su trabajo en el ascensor, muchos ascensoristas asumían también un gran número de funciones auxiliares para el mantenimiento del edificio: reparto del correo, limpieza del elevador, vigilancia, etc.
Cuando los ascensores se hicieron automáticos, a mediados de los años cincuenta, la figura del ascensorista perdió todo su sentido: los pasajeros podían simplemente tocar el botón del piso al que querían ir, igual que hacemos hoy. No obstante, muchos ascensoristas siguieron trabajando hasta bien entrada la década de los sesenta, sobre todo por cuestiones de prestigio e imagen. En muchos edificios, el ascensorista era una figura emblemática a la que no se podía renunciar.
Ahora ya conocemos un poco mejor el trabajo de ascensorista: unos interesantes y curiosos profesionales que incluso hoy en dia seguimos asociando con ambientes clásicos y especialmente distinguidos y elegantes.
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