Cuando uno está solo en un ascensor resulta inevitable no acabar mirándose en el espejo, arreglándose el pelo o pensando lo guapos que somos. Y si llevamos cascos – por qué no- ponernos a cantar. Un comportamiento que automáticamente cambiamos cuando las puertas del ascensor se abren y entra un vecino. En este caso, nos quedamos quietos y evitamos cruzarnos la mirada con él o ella.
Puede que nunca te hayas parado a pensar en tal comportamiento, pero sí lo ha hecho un gran número de psicólogos. La razón de sus investigaciones radica en la principal característica de los ascensores: su reducido espacio.
La mayoría de los animales sienten como una amenaza la invasión de su espacio personal y los seres humanos no somos inmunes a tal instinto. Al estar en un espacio tan pequeño, nos sentimos incómodos, así que para reducir la sensación de amenaza adoptamos una serie de comportamientos.
Uno de ellos radica en la misma posición que seguimos cuando vamos con dos o más personas en el ascensor. Según dicta la teoría del “esquema de los dados”, conforme van entrando nuevos pasajeros, los mismo se colocan formando las caras de un dado. Así, si solo está un persona, esta se coloca en el centro; si suben dos, están dispuestos en ángulos opuestos; si son tres, se colocarán formando un triángulo, etc.